miércoles, 22 de agosto de 2018

El asalto minero en Mieres, primer episodio de lucha en la calle desde la Guerra Civil

Más de 5.000 personas se manifestaron en pleno régimen franquista contra los despidos en la cuenca minera asturiana. Fue la primera vez que obreros, estudiantes, mujeres, niños y ancianos se enfrentaron a la Policía en la dictadura.

Imagen de la comisaría tras el asalto
“El día 12 de marzo de 1965 en Mieres (Asturias) se convocó a las cinco de la tarde una manifestación. Son obreros y estudiantes, mujeres, niños y ancianos, que gritan todos a coro sentimientos muy humanos”. Así comienza el testimonio de uno de los hechos más sonados en Asturias ocurridos mucho antes de la muerte de Franco: el asalto a la comisaría de la localidad en protesta contra los despidos en la cuenca minera asturiana.

“Desde abril del 62 en adelante, con miedo pero sin perder la perspectiva, ya no se paró de luchar”. Las palabras de Laudelino, miembro del PCE en la clandestinidad y uno de los participantes en el asalto, resumen a la perfección lo que fue la lucha obrera en las cuencas mineras asturianas en el ecuador y final de la dictadura.

La importancia de esa movilización se debe a que es el primer enfrentamiento con las Fuerzas de Orden Público desde el final de la Guerra Civil. Una lucha que se produce en la calle, no dentro de la mina. El historiador Pablo Alcántara, investigador de estos hechos, recuerda a Público que fue "la primera vez que se convoca una movilización de masas en la ciudad de Mieres desde el inicio del franquismo”.

Noticia publicada en 'The New York Times'.
Entre 1957 y 1964 se abre una etapa de movilizaciones en Asturias. Las desconocidas huelgas del silencio. Alcántara relata que este episodio histórico fue de tal magnitud que llegó a las portadas de The New York Times: “Asturian Miners rush Police Station” (“Mineros Asturianos se abalanzan sobre el puesto de Policía”).

“Se conocen así las huelgas mineras porque quien las convocaba lo hacía simplemente no cambiándose de ropa en el vestuario o dejando la lámpara para bajar a la mina en su sitio, y los demás le seguían, sin mediar palabra”, señala el investigador. Estas revueltas supondrán un duro golpe para el régimen franquista, deseoso de entrar en la Comunidad Económica Europea.

Una vía insólita: el diálogo
Estas huelgas tienen tal impacto que la temida Brigada Político Social y los cuerpos de seguridad optan por la vía de la represión (detenciones, intimidaciones, citaciones a comisaría, registros, despliegue policial en la calle, censura), pero fracasan en su intento de frenar la resistencia. Optan en este contexto por una incipiente vía de diálogo. “Fue la primera vez que un ministro de la dictadura, José Solís, Secretario General del Movimiento y Delegado Nacional de Sindicatos, se desplazara a Asturias y acabara recibiendo a comisiones de obreros en torno a una mesa de negociaciones”, aclara el historiador.

A partir de agosto de 1962, la dictadura vuelve a los métodos represivos. Se crea la Comisión de Despedidos formada por 450 mineros que habían sufrido las consecuencias del régimen, desde detenciones hasta destierros a otras zonas de España y cárcel. Sin embargo, la Comisión de Despedidos era escuchada por el régimen, por lo que se reunía semanalmente en la Casa Sindical de Mieres con el Sindicato Vertical. El 9 de marzo de 1965 hay una asamblea de la Comisión a la que asiste Severino Arias, minero y portavoz de la lucha.

La policía franquista olía el ambiente a huelga y las detenciones se pusieron en marcha durante la noche del 10 al 11 de marzo. Los compañeros de aquellos mineros y sus mujeres sabían que estaban custodiados en los calabozos del Ayuntamiento de Mieres.

La manifestación clandestina se iba forjando. Según apunta Alcántara “se recurrió sobre todo al boca a boca entre las personas de las diferentes organizaciones”. También se utilizaron otros métodos. El minero Gerardo Iglesias recuerda así el suceso: “El día concreto estábamos montados en una Vespa dando vueltas por Mieres. Empezamos tocando las palmas y diciendo a la gente que se fueran para la Casa Sindical”. Una hora antes de la manifestación comenzaron a llegar taxis, autobuses de la cuenca minera de Langreo, de Gijón. Todo estaba preparado.

Según datos de la Brigada Político Social de la época se concentraron frente a la comisaría de Mieres en pocas horas entre 1.000 y 1.500 personas. 5.000 manifestantes eran los datos aportados por la oposición antifranquista. Los testimonios de los que vivieron aquello en primera persona eran, sobre todo, de euforia. “Fue una manifestación de miedo. Nunca se vio nada igual”, relataba Pilar Alonso Cachero, mujer de un minero. “Aquella manifestación no se vivía desde los tiempos de la Guerra Civil. Yo nací en el 33, pasé la posguerra, pero manifestaciones como aquella nunca vi”, cuenta otra mujer, Primitiva Sánchez.

En apenas dos horas se produjo la llegada hasta la comisaría desde la Casa Sindical llegando el famoso asalto. Cuando ya había miles de personas concentradas se intentó entrar en el recinto,. No había nadie en el interior. Entraron varios hombres y mujeres, pero fueron sobre todo las mujeres las que dieron mítines animando a la gente a movilizarse, por los presos, por los detenidos y los despedidos. Según la Policía, “se profirieron gritos pidiéndose libertad y sindicatos libres”.

Se decidió ir hacia a la comisaría para buscar a los detenidos de la Comisión de Despedidos “Comenzaron a llegar más dispositivos policiales de Oviedo, Gijón y León” afirma Alcántara. “Los gorros de los guardias se lanzaban al aire, las mujeres tiraban zapatos a los policías” narra el minero Constantino Alonso González, alias “Tinín”.

La crónica de Mundo Obrero titulada ‘La gran manifestación de Mieres’ relataba como miles de manifestantes se congregaron ante la comisaría. “Un policía se dirigió a ellos desde un balcón diciéndoles: “¿Qué queréis?” Una mujer se quitó un zapato y se lo arrojó. Y como si hubiera sido la señal del asalto docenas de zapatos volaron hacia el balcón y los manifestantes se lanzaron escalera arriba para liberar a los detenidos”.

El papel de la mujeres en el asalto

Estado de una de las puertas tras el asalto
Anita Sirgo fue de aquellas mujeres que vivió en primera persona las revueltas. “Yo fui a la concentración. Llevé un zapato, porque estaba harta de recibir toletazos, corrían más que yo. Ellos van a dar golpes, pero iban a oler mi zapato. Y lo lleve en un bolso, un zapato viejo. Cuando estaba en la concentración, estaba en las escaleras, fue mucha gente. Policía aún no había. Subimos un grupo de mujeres, íbamos a por los del Sindicato Vertical. Yo me caí por las escaleras. Cogí la bolsa con el zapato. Un Guardia Civil vino a por mí y le tiré el zapato a la cara y escapé. A otra la cogieron. Me tuve que esconder después en casa de una compañera”.

La policía cargó contra los manifestantes con porras, sin utilizar pistolas. Sin embargo, hubo varios manifestantes que sufrieron graves contusiones en la cabeza. “No hubo muertes de verdadera casualidad”, afirma el minero Rufino Ballesteros Iglesias. Al final de la tarde llegó la retirada y la marcha a pie. No consiguieron llegar a los detenidos. Los mineros, sus mujeres e hijos estaban, sin embargo, satisfechos de aquella batalla.

La represión posterior: 53 detenidos

“Gracias a la censura, el resto del país no se enteró del suceso.”, afirma Alcántara. Sin embargo, a través de la documentación consultada en archivos y hemerotecas se ha comprobado como el asalto fue mucho muy importante para las autoridades del régimen.

La misma noche del asalto, Claudio Ramos, jefe de la BPS en Asturias, volvió a la comisaría. Interrogaría a los retenidos de la Comisión de Despedidos, a los que se les acusaba de ser los cabecillas del Asalto. Se iniciaban las detenciones.

Severino Arias Morillo, portavoz de la Comisión relata cómo la misma noche del día 12 de marzo, “Claudio Ramos me dio varios puñetazos en el estómago y una patada en la espalda y al policía que estaba con él, le dijo de llevar a este ciudadano soviético a la celda. Él estaba muy cabreado y cansado. Y cuando estaba en el calabozo, me encontraron durmiendo, y eso le cabreó” aún más.

En los días siguientes fueron detenidos varios de los participantes en la manifestación. Aquilino Fernández alias “Aquilino de Polio” fue uno de aquellos. Contaba como cinco días después fue detenido “Me interrogaron todo lo que quisieron. Y me llevaron a Oviedo”. Le propinaron golpes y palizas dentro del calabozo. “Estaba Ramos allí. Había algún policía que se hacía el bueno. Había uno que llamaban Palacios que primero me trató de buenas pero luego de malo. Un día abrieron la puerta y era Ramos que preguntaban si había ‘cantao’. Y si no cantaba, a la nevera con él. Me mandaron quitar las gafas, porque las gafas no tenían la culpa, me decían. Y comenzaron a pegarme de hostias. Los compañeros me decían que tenía la cara hinchada por los golpes”. Al tercer día Aquilino fue absuelto sin cargos.

La manifestación de Mieres del 12 de marzo se saldó con 53 personas detenidas. 35 de ellas fueron puestas a disposición del Juzgado de Orden Público, acusadas de delitos como “Sedicción” “Asociación Ilícita” y “Desórdenes Públicos”.

El juicio de los encausados por el asalto en Mieres se celebró el 16 de abril de 1966. Más de un año después por parte del presidente del Tribunal de Orden Público José Hijas Palacios. Juzgarían en total a 27 personas. Sin embargo, los policías armados que participaron en la represión fueron condecorados con medallas de distintivo rojo por la acción policial. Concretamente el teniente Tomás, el policía César Fernández Lombao y el policía Díaz Moreno. 

Publicado en Memoria publica, Público por María Serrano 

Poca ropa: Asaltu a la comisaría de Mieres de 1965

Documental de Alberto Vázquez


martes, 21 de agosto de 2018

El guerrillero de los cuatro nombres


El empeño de Aquilino Fernández y Gerardo Iglesias permitió identificar a "Antonio el Maqui", abatido en 1951 en los montes de Mieres
Ernesto Burgos.


Aquilino Fernández -"Quilino el de Polio"- vivió su adolescencia con dureza. Tres de sus tíos fueron pioneros en la guerrilla asturiana y él mismo empezó a desempeñar labores de enlace en 1945, cuando contaba 17 años. Al cumplir los 20 pidió el ingreso en el Partido Comunista; sufrió los interrogatorios en las comisarías del franquismo y conoció las cárceles del norte de España, desde Lérida hasta Oviedo, pasando por Zaragoza, Palencia o León. Aun así, cuando se acentuó la caza del hombre en los montes de Asturias su casa se convirtió en un oasis para camaradas y represaliados que buscaron refugio en ella.
Hablando con él siempre se aprende algo: afluyen los nombres y las fechas que guarda con una memoria prodigiosa y cada conversación se convierte en una lección de historia en la que nunca falta el recuerdo de un anochecer sangriento: el del 30 de diciembre de 1951.

Quilino había recibido aquella tarde el aviso de que subiese hasta un enclave del monte conocido como La Muezca para encontrarse con unos guerrilleros y cumplió lo pactado acompañado por Cipriano, un amigo de Los Quintanales. Según lo previsto, en las portillas de hierro del prau del Ferreru los esperaban Ramón González "Ramonón", de Les Codes de La Nueva, y Antonio, un recién llegado enviado por el Partido, al que conocían como "el Maqui" porque había estado en la resistencia francesa.

Después de un rato mandaron bajar a Cipriano y se quedaron los tres charlando mientras la noche se les echaba encima, hasta que decidieron acercarse a una cabaña próxima, donde en el verano se servían bocadillos y en los meses fríos quedaban guardados los enseres y la bebida. Ramón pensó en llenar allí su bota de vino mientras Quilino y Antonio esperaban fuera, y entonces los acontecimientos se precipitaron: los dos hombres vieron unas siluetas recortarse en el borde del prado y susurraron unas palabras, pero el silencio del monte hizo que su voz se oyese con más claridad. De repente el cielo se iluminó con ráfagas de ametralladora y explosiones de bombas de mano que les obligaron a escapar de la encerrona rodando por la ladera.

Aquilino, buen conocedor del lugar, lo consiguió saltando una sebe para dirigirse después hasta el pueblo de Les Duernes, sin embargo Antonio no pudo lograrlo y perdió su vida en la emboscada. Luego su cadáver fue bajado en un macho hasta Santa Rosa donde estuvo expuesto delante de la iglesia antes de ser enterrado en el cementerio de Vegadotos. Hasta allí se acercó la familia de Ramón para comprobar si el muerto era él, desconociendo todavía que había logrado huir alejándose de la cabaña en la dirección opuesta al tiroteo.

Este testimonio de Aquilino Fernández ha sido recogido en varios trabajos, entre ellos el libro de Nicanor Rozada "¿Por qué sangró la montaña?", y también por Luis Felipe Capellín en un corto-documental de diez minutos titulado "Antonio el Maqui", pero fue Gerardo Iglesias quien lo completó con más detalles en "Por qué estorba la memoria", una exhaustiva publicación donde se repasa la historia de la guerrilla en Asturias desde la pérdida del Frente Norte hasta 1952, cuando cayó precisamente Ramón González, en La Camocha de Gijón, convirtiéndose así en el último guerrillero muerto en Asturias.

Quilino nunca pudo olvidar este episodio en el que estuvo a punto de dejar la vida, pero después de despejar todas sus dudas y aclarar las circunstancias que rodearon aquella tarde, aún le quedaba algo pendiente que se empeñó en solucionar. Él fue el último en hablar con Antonio el Maqui, un hombre que había muerto defendiendo la Libertad en Asturias y del que no se conocía nada más. Su corazón le decía que debía recuperar su verdadera identidad para la historia.

Quienes andamos en estas cosas sabemos lo difícil que resulta llevar hasta el final una investigación cuando no hay datos en los que apoyarse, y en este caso sólo se conocía un nombre propio, un apodo y dos evidencias: se trataba de alguien que había combatido en la resistencia francesa y había llegado hasta aquí enviado por el Partido Comunista. Aquilino pudo añadir más tarde otro dato al leer en su partida defunción que Antonio llevaba una documentación falsa a nombre de Agustín Redondo López.

El investigador Secundino Serrano en su libro "Maquis, historia de la guerrilla antifranquista" apuntó la misma identidad escribiendo que "Agustín Redondo López "Antonio el Maqui" había sido enviado por los dirigentes de Toulouse para intentar detener la dialéctica represión-contrarrepresión que se estaba produciendo en Asturias y, al mismo tiempo, planificar la marcha a Francia". A la vez se ocupó del caso Ramón García Piñeiro en su extenso trabajo "Luchadores del ocaso. Represión, guerrilla y violencia política en la Asturias de posguerra (1937-1952)", y otros como José Ramón Gómez Fouz, quien en "La brigadilla" equivocó su procedencia al anotar que "otro que también fue muerto en esa época es un santanderino al que llamaban Antonio el Maqui".

Después de intentarlo por otras vías, Quilino se decidió a consultar el asunto con su amigo Gerardo Iglesias y este no tardó en tomar la búsqueda como algo propio. Primero acudió a los archivos del PCE, pero allí no constaba que desde los órganos de dirección se hubiese enviado aquel año a nadie con ese nombre hasta las cuencas mineras, por lo que estaba claro que el nombre de Antonio era una tapadera inducida por razones de seguridad.

En cambio en un informe sobre la situación y actividad de la organización firmado por Santiago Carrillo en 1952, se cuenta como sí llegó a Asturias en el verano de 1951 un tal Rubén junto a otro compañero llamado Pascual con el objetivo de "reorganizar el partido sobre nuevas bases, dando de lado a los viejos guerrilleros". Porque debemos saber que en aquel momento había una situación de conflicto con los fugaos que actuaban en muchas ocasiones tomando sus propias decisiones sin someterse a la disciplina del exterior.

También había en el archivo un segundo documento, elaborado por el mismo Pascual, donde contaba su llegada a Pola de Lena y su decisión de trasladarse hasta La Cerezal, en Sotrondio, para encontrase con otros comunistas que conocía de atrás, evitando el contacto con la guerrilla y especialmente con Andrés el Gitano, aunque finalmente el encuentro tuvo lugar y los dos hombres, lógicamente, fueron interrogados por los del monte.

Pascual y Carrillo discreparon en su interpretación de lo ocurrido. Mientras el primero escribió que llegaron al acuerdo de que el grupo armado no iba a estorbar la actividad política e incluso los guerrilleros se comprometieron a darles las facilidades y los puntos de apoyo que pudieran, para el secretario del PCE los enviados por la dirección fueron hechos prisioneros por los guerrilleros y salieron del paso gracias a que "Quirós les ayudó y el Peque y el Rubio no siguieron al Gitano hasta donde este quería llegar en su provocación". Pero lo que ahora nos importa es saber que cuando Carrillo hablaba de Rubén, Pascual lo hacía de Antonio, lo que significaba que se referían al mismo hombre.

Gerardo Iglesias siguió aquella pista, encontrando a un luchador llamado Rubén al frente de las guerrillas de Aragón en los años 40. Seguramente Carrillo podía confirmar la relación, pero no lo hizo ni en uno ni en otro sentido, y entonces volvió el vaciado de archivos hasta que apareció una autobiografía en la que ese nombre se identificaba con Eusebio Moreno Planisolis, nacido en una familia campesina de Fonz, un pueblo de Huesca. Quedaba pendiente asegurar esta identidad con su familia y la suerte quiso que aún viviese uno de sus hermanos, Rodrigo Moreno Planisolis, quien recibió la noticia ya con 90 años, y pudo confirmar que Antonio había combatido en Aragón y desde allí pasó a Levante, donde se había perdido su pista.

Al otro lado del teléfono, Rodrigo le dijo a Quilino que una vez encontrado el rastro de su hermano ya podía morir tranquilo, y sus palabras fueron premonitorias, porque falleció al poco tiempo. Sin embargo, otros familiares residentes en Cataluña sí pudieron acercarse después hasta Vegadotos para poner unas flores en su tumba y agradecerle a Quilino su empeño.

Antonio el Maqui ya tiene biografía: participó en la batalla del Ebro en 1938 con la 3ª División del Ejército de la República, tras la guerra fue internado en el campo de Argelés-Sur-Mer, de donde intentó huir, siendo detenido de nuevo e ingresado en un batallón de trabajadores; luego combatió contra los nazis en el maquis francés y estuvo en el Regimiento de París, mandado por el legendario coronel Fabien, antes de volver a España para sumarse a la guerrilla comunista.

Ahora descansa para siempre en Vegadotos y los asturianos, gracias a Aquilino Fernández y Gerardo Iglesias, conocemos su verdadero nombre: Eusebio Moreno Planisolis.

Homenaje a Aquilino en 2017

Un paisano imprescindible


La Nueva España, 2002
José Luis Argüelles


UN PAISANO IMPRESCINDIBLE

La vida podría ser aún peor sin algunas personas buenas, en el sentido machadiano de la palabra. Entre ellos está, sin duda, Aquilino Fernández, Quilino el de Polio, uno de esos paisanos imprescindibles con el que aprendimos unas cuantas cosas importantes y, sobre todas ellas, el amor por la libertad, el respeto por los demás, la necesidad de la tolerancia.

Son valores de los que se habla mucho pero que se practican poco en este país confuso, en esta tierra de sangres viejas como el carbón en la que apenas escuchamos ya a nuestros mayores. Si nuestros gobernantes fueran gente con sentido común deberían abrir a Quilino las aulas de los colegios y los institutos  para que pudiera hablar a niños y jóvenes, entre una reforma educativa y otra, de su lucha a favor de la dignidad. Apenas dedicamos tiempo a estos viejos robles, memoria y espejo, raíz y horizonte, y así nos va, claro.

Este hombretón de manos grandes y palabra serena, todo corazón y esperanza, es un patrimonio que deberíamos cuidar como hacemos con algunos “texos”, con ciertos edificios que forman parte de esta ciudad de tamaño humano que todos llevamos dentro.  El nuevo humanismo, si es que aún somos capaces de preservar un lugar en el que conversar con nuestros mayores, tendrá que sentar sus cimientos sobre el ejemplo de Quilino, uno de esos maestros singulares que se forjaron en la Universidad de la dedicación a los demás, donde nunca dan títulos.

Es un roble viejo, insisto, que aspira a la justicia de este mundo, si es que la hay, y al cielo obrero, que es una forma de ver y sentir las cosas desde las vértebras de la Historia, de su historia de niño agraviado (como tantos otros) por banderas victoriosas de la posguerra, por el hambre de los infames años cuarenta, por las horas heridas en las minas de la Güeria San Juan. Por la persecución y las represalias. Quilino ha militado siempre en las filas de los que abren el horizonte y tienen, ya digo, los pies en el suelo, la mano en el hombro que lo necesita,  la ayuda dispuesta.

Me cuentan que le dan un homenaje en su tierra y la mía, esa frontera en la que la vida ha sido tan dura que en demasiadas ocasiones, por desgracia, había que perderla para poder ganársela. Una tierra no siempre generosa con su mejor gente, esas personas que, como Quilino, lo han dado todo a cambio de nada. Como aquellos cristianos de la primera hora, llenos de fe en la humanidad hermanada; como los revolucionarios de las Luces que creían en una justicia universal, sin guillotinas ni purgas; como quien sabe abrir las ventanas de las casas para que entre el aire, y la luz, y la camaradería, que es palabra que se está perdiendo pese a ser hermosa.

Abrazamos desde estas líneas a Quilino Polio, árbol entrañable que aún resiste frente contra tanta tempestad. Sus ramas son mejores que el viento.



El asalto minero en Mieres, primer episodio de lucha en la calle desde la Guerra Civil

Más de 5.000 personas se manifestaron en pleno régimen franquista contra los despidos en la cuenca minera asturiana. Fue la primera vez que...