La Nueva España, 2002
José Luis Argüelles
UN PAISANO IMPRESCINDIBLE
La vida podría ser aún peor sin
algunas personas buenas, en el sentido machadiano de la palabra. Entre ellos
está, sin duda, Aquilino Fernández, Quilino el de Polio, uno de esos paisanos
imprescindibles con el que aprendimos unas cuantas cosas importantes y, sobre
todas ellas, el amor por la libertad, el respeto por los demás, la necesidad de
la tolerancia.
Son valores de los que se habla
mucho pero que se practican poco en este país confuso, en esta tierra de
sangres viejas como el carbón en la que apenas escuchamos ya a nuestros
mayores. Si nuestros gobernantes fueran gente con sentido común deberían abrir
a Quilino las aulas de los colegios y los institutos para que pudiera hablar a niños y jóvenes, entre
una reforma educativa y otra, de su lucha a favor de la dignidad. Apenas dedicamos
tiempo a estos viejos robles, memoria y espejo, raíz y horizonte, y así nos va,
claro.
Este hombretón de manos grandes y
palabra serena, todo corazón y esperanza, es un patrimonio que deberíamos
cuidar como hacemos con algunos “texos”, con ciertos edificios que forman parte
de esta ciudad de tamaño humano que todos llevamos dentro. El nuevo humanismo, si es que aún somos
capaces de preservar un lugar en el que conversar con nuestros mayores, tendrá
que sentar sus cimientos sobre el ejemplo de Quilino, uno de esos maestros
singulares que se forjaron en la Universidad de la dedicación a los demás,
donde nunca dan títulos.
Es un roble viejo, insisto, que
aspira a la justicia de este mundo, si es que la hay, y al cielo obrero, que es
una forma de ver y sentir las cosas desde las vértebras de la Historia, de su
historia de niño agraviado (como tantos otros) por banderas victoriosas de la
posguerra, por el hambre de los infames años cuarenta, por las horas heridas en
las minas de la Güeria San Juan. Por la persecución y las represalias. Quilino
ha militado siempre en las filas de los que abren el horizonte y tienen, ya
digo, los pies en el suelo, la mano en el hombro que lo necesita, la ayuda dispuesta.
Me cuentan que le dan un homenaje
en su tierra y la mía, esa frontera en la que la vida ha sido tan dura que en
demasiadas ocasiones, por desgracia, había que perderla para poder ganársela.
Una tierra no siempre generosa con su mejor gente, esas personas que, como
Quilino, lo han dado todo a cambio de nada. Como aquellos cristianos de la primera
hora, llenos de fe en la humanidad hermanada; como los revolucionarios de las
Luces que creían en una justicia universal, sin guillotinas ni purgas; como
quien sabe abrir las ventanas de las casas para que entre el aire, y la luz, y
la camaradería, que es palabra que se está perdiendo pese a ser hermosa.
Abrazamos desde estas líneas a
Quilino Polio, árbol entrañable que aún resiste frente contra tanta tempestad.
Sus ramas son mejores que el viento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario