martes, 21 de agosto de 2018

Un paisano imprescindible


La Nueva España, 2002
José Luis Argüelles


UN PAISANO IMPRESCINDIBLE

La vida podría ser aún peor sin algunas personas buenas, en el sentido machadiano de la palabra. Entre ellos está, sin duda, Aquilino Fernández, Quilino el de Polio, uno de esos paisanos imprescindibles con el que aprendimos unas cuantas cosas importantes y, sobre todas ellas, el amor por la libertad, el respeto por los demás, la necesidad de la tolerancia.

Son valores de los que se habla mucho pero que se practican poco en este país confuso, en esta tierra de sangres viejas como el carbón en la que apenas escuchamos ya a nuestros mayores. Si nuestros gobernantes fueran gente con sentido común deberían abrir a Quilino las aulas de los colegios y los institutos  para que pudiera hablar a niños y jóvenes, entre una reforma educativa y otra, de su lucha a favor de la dignidad. Apenas dedicamos tiempo a estos viejos robles, memoria y espejo, raíz y horizonte, y así nos va, claro.

Este hombretón de manos grandes y palabra serena, todo corazón y esperanza, es un patrimonio que deberíamos cuidar como hacemos con algunos “texos”, con ciertos edificios que forman parte de esta ciudad de tamaño humano que todos llevamos dentro.  El nuevo humanismo, si es que aún somos capaces de preservar un lugar en el que conversar con nuestros mayores, tendrá que sentar sus cimientos sobre el ejemplo de Quilino, uno de esos maestros singulares que se forjaron en la Universidad de la dedicación a los demás, donde nunca dan títulos.

Es un roble viejo, insisto, que aspira a la justicia de este mundo, si es que la hay, y al cielo obrero, que es una forma de ver y sentir las cosas desde las vértebras de la Historia, de su historia de niño agraviado (como tantos otros) por banderas victoriosas de la posguerra, por el hambre de los infames años cuarenta, por las horas heridas en las minas de la Güeria San Juan. Por la persecución y las represalias. Quilino ha militado siempre en las filas de los que abren el horizonte y tienen, ya digo, los pies en el suelo, la mano en el hombro que lo necesita,  la ayuda dispuesta.

Me cuentan que le dan un homenaje en su tierra y la mía, esa frontera en la que la vida ha sido tan dura que en demasiadas ocasiones, por desgracia, había que perderla para poder ganársela. Una tierra no siempre generosa con su mejor gente, esas personas que, como Quilino, lo han dado todo a cambio de nada. Como aquellos cristianos de la primera hora, llenos de fe en la humanidad hermanada; como los revolucionarios de las Luces que creían en una justicia universal, sin guillotinas ni purgas; como quien sabe abrir las ventanas de las casas para que entre el aire, y la luz, y la camaradería, que es palabra que se está perdiendo pese a ser hermosa.

Abrazamos desde estas líneas a Quilino Polio, árbol entrañable que aún resiste frente contra tanta tempestad. Sus ramas son mejores que el viento.



No hay comentarios:

Publicar un comentario

El asalto minero en Mieres, primer episodio de lucha en la calle desde la Guerra Civil

Más de 5.000 personas se manifestaron en pleno régimen franquista contra los despidos en la cuenca minera asturiana. Fue la primera vez que...